miércoles, 18 de abril de 2012

BAALBEK: UN ENIGMA GIGANTESCO

"PERTENECE A JUAN GARCÍA"
Imagínense que en el frente de la principal pirámide de cristal que se levanta frente al Museo del Louvre en Francia, apareciera un día un papelito pegado con cinta adhesiva con el siguiente texto: “PERTENECE A JUAN GARCÍA”. 
Resultaría bastante irrisorio para cualquier ser pensante, ¿verdad?. 
Sin embargo, parece que para la arqueología ortodoxa esta lógica no funciona en absoluto, y, ante un ejemplo como el propuesto, afirmaría contundentemente que la pirámide de cristal fue construída por Juan García. 
Así es como ha procedido ante cualquier ruina megalítica sobre la cual muy evidentemente se ha levantado una arquitectura mucho más torpe y rudimentaria, con marcas de cantería, grabados y maquetas que se atribuyen su propiedad, cuando es más que evidente que se trata de un acto de apropiación ante la ausencia de sus auténticos super arquitectos, que, dicho sea de paso, lo que menos necesitaban era grabar en esas piedras increíbles encajadas a la perfección su derecho de propiedad. 
OLLANTAYTAMBO, PERÚ
Está lleno de ejemplos como éste: las pequeñas pirámides construídas al lado de las gigantescas obras de Gizah, algunas de las paredes de Machu Pichu, Malta, Ollantaytambo, la pirámide acodada de Dashur ( que exhibe un pequeño templete con humildes ladrillos de adobe donde el faraón Snefru asegura ser su propietario ), la Isla de Pascua, Sacsahuamán, Axum o el Osirión, entre otros infinitos ejemplos. 
AXUM, ETIOPÍA
Esta usurpación de monumentos también se pone de manifiesto en un templo romano considerado el más grande de todo el planeta: la gigantesca Baalbek, situada dentro de la ciudad del mismo nombre en el Líbano. 
La lejanía de este templo romano ( con columnas de 20 metros de altura ) con la península itálica tiene una explicación bastante obvia: se construyó sobre una base ciclópea de una ingeniería portentosa ya existente y una vez más el hombre , ya sea en Egipto, Perú o Etiopía, usurpó una obra que no era suya. 
BAALBEK
La mencionada base no tiene nada que ver con la construcción posterior, que sí es evidentemente romana: consta de 24 bloques de más de 300 toneladas de peso y diez metros de largo. 
En la parte trasera, se pueden contabilizar tres bloques de dimensiones imposibles: 19,10, 19,30 y 19,56 metros, y 830 toneladas de peso ( 830.000 kilos ), bautizados por los griegos como “τρίλιθον”, “El Trilithon, Las Tres Piedras”. 
Se trata de los sillares más grandes de todo el planeta, increíblemente pulidos, levantados y encajados con técnicas que no somos aún ni siquiera capaces de atrevernos a imaginar. 
Los bloques que lograron permanecer ocultos se han conservado mejor y allí puede apreciarse con mayor nitidez su increíble pulido y una unión de tal perfección entre ellos que es casi imposible distinguir dónde termina uno y comienza el otro. 
Pero tal vez el más sobrecogedor ejemplo se encuentra en su famosa cantera: allí una imposible mole de piedra se ofrece como prueba irrefutable de un pasado que nos obliga a ver en lugar de sólo mirar. 
Se trata de la piedra más grande del planeta Tierra: 21,36 metros por 4,60 metros por 4,33 metros y un peso total de 1.170 toneladas, un millón ciento setenta mil kilogramos. 
Al final del complejo, siete metros más alto que el resto, el monumental templo de Júpiter ( originalmente el templo del dios cananeo Baal, “El Señor” ) corona la obra con columnas de 20 metros de altura sobre las cuales se elevan símbolos y construcciones de la elegante cantera romana que sin embargo sólo logran palidecer en el contraste comparativo. 
Este lugar ha logrado tapar la boca al típico cardúmen de escépticos que suele nadar alrededor de toda obra megalítica, porque la evidencia deja en ridículo sus toscas explicaciones de poleas, herramientas, troncos, machaques de bordes de piedras y otras estupideces que ante evidencias no tan titánicas logran mantenerse mínimamente creíbles, aunque lo sean menos que el papelito que Juan García pegó en la pirámide de cristal del Louvre. 
Nadie, ni en la más delirante de las fantasías inventadas por la arqueología ortodoxa, puede siquiera imaginar como posible un trabajo de prueba, pulido y vuelta a probar hasta que encajen unos bloques de 830.000 kilos. Ingenieros, arqueólogos e historiadores se quedan sin aliento cuando enfrentan Baalbek: sillares cortados y ensamblados con la misma técnica de los muros imposibles de todas las ruinas megalíticas esparcidas por nuestro planeta. 
Unión perfecta entre bloques de 15.000 toneladas de peso, cortados y encajados de forma inexplicable, sin importar su irregularidad, tamaño o diferentes ángulos, y que no dejan pasar ni una hoja de papel entre sus juntas. 
Los romanos no fueron los primeros ni los últimos en embestir contra Baalbek: antes los griegos rebautizaron el lugar ( Heliópolis ) considerándolo sagrado por razones que permanecen desconocidas a la historia y en todo caso fueron los más respetuosos, ya que luego de los romanos y sus construcciones, fue reformulado por árabes, cruzados y turcos como una fortaleza perforando muros para convertirlos en troneras y excavando agujeros con fines militares. 

La razón de ser original de esta obra monumental se pierde en la noche de los tiempos. Para aumentar aún más el enigma, los megalitos hoy considerados cimientos no lo fueron originalmente, sinó la parte superior de un edificio, y por razones tan desconocidas como su orígen, el mismo necesitaba que su parte superior fuera la más fuerte y grande ( Zecharia Sitchin afirma que se trataba de plataformas de lanzamiento de misiles y naves ). Debajo de estos “techos”, existen por lo menos tres capas más de piedras, monumentales también, pero más pequeñas. 
Al profundizar las excavaciones se hallaron unos megalitos que estaban destinados a la parte superior del edificio, sin que se haya encontrado alguna explicación de su supuesta utilidad. 
Pero la ciencia dominante no sabe de lógicas ni entiende de evidencias: ni las contrastantes diferencias arquitectónicas, ni las evidentes imposibilidades humanas de manipulación, traslado, levantamiento y encastre de estas gigantescas piedras ni la demoledora diferencia de erosión y pátina que denuncian distintos períodos históricos le son funcionales a su Teoría de la Mentira, que continuará por siempre sosteniendo que la pirámide de cristal pertenece a Juan García.

 

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