La Tierra tiene un 12 por ciento de posibilidades de experimentar una enorme erupción solar durante esta década o la próxima, evento que podría causar enormes daños económicos y de recuperación tecnológica, según los cálculos de un científico norteamericano.
La última gigantesca tormenta solar, conocida como el Evento Carrington ( debido al nombre del astrónomo que detectó el fenómeno ), se produjo hace más de 150 años, el 1 de Setiembre de 1850, y fue el evento de este tipo más poderoso de toda la historia humana registrada, aunque sus efectos sobre la sociedad humana no se hicieron sentir a gran escala en ese entonces, debido al relativamente poco desarrollo tecnológico que existía.
Según Pete Riley, un científico senior en ciencia predictiva de San Diego, California, EE.UU., la ley matemática de la distribución de la energía le permitió calcular las probabilidades de una llamarada solar gigantesca, a partir de bases de datos históricos y cálculos de relaciones entre frecuencias y tamaños en la aparición de erupciones solares, y asegura que las posibilidades de que esto realmente ocurra son de 1 contra 8 ( aunque cabe destacar que la ciencia predictiva es de certeza relativa – todo depende de la tendenciosidad de los datos que se investiguen - y que otros científicos que se desempeñan en la misma disciplina no coinciden con estas proyecciones, considerándolas demasiado optimistas ).
Nuestro Sol atraviesa ciclos de 11 años de actividad en aumento y posterior disminución y durante el período llamado máximo solar, se cubre de numerosas manchas solares mientras enormes torbellinos magnéticos brotan de su superficie, originando expulsiones de masa coronaria hacia el espacio a una velocidad de varios millones de kilómetros por hora.
Cuando chocan contra la atmósfera de la Tierra, estas partículas generan los fenómenos lumínicos conocidos como auroras boreales y conforme a la potencia del choque pueden verse además de sus regiones habituales ( las más cercanas a los polos ) en lugares atípicos como Cuba, Hawai, Nueva York o el norte de Chile.
Pero además de estos bellos mantos lumínicos, las partículas cargadas pueden causar efectos devastadores en los sistemas eléctricos ( similares a los de un “Pulso Electromagnético”, que suele emplearse como arma militar para dejar al enemigo sin energía ), la actual espina dorsal de nuestra actual estructura mundial, tanto energética como de comunicación.
Además pueden contribuir a la erosión de oleoductos y gasoductos, interrumpir satélites, GPS o incluso anular completamente las comunicaciones radiales en toda la Tierra.
Durante la gran tormenta geomagnética registrada en 1989, por ejemplo, la empresa Hydro-Quebec de Canadá que suministraba la energía eléctrica, vió desplomarse totalmente la red en 90 segundos, dejando a millones sin electricidad por hasta nueve horas.
El daño colateral potencial sólo en los EE.UU. de una tormenta solar tipo Carrington podría ser entre 1 y 2 billones de dólares en el primer año, y una recuperación completa tomaría alrededor de 10 años, según un informe del National Research Council.
Interrupción total de los servicios de transportes y comunicaciones, servicios bancarios, sistemas de financiación, cese de distribución de agua potable, debido a fallas en las bombas y pérdida de alimentos perecederos y medicamentos debido a la falta de refrigeración, fueron incluídos en dicho informe.
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