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La regla de Hamilton para el mundo biológico ( cuya importancia para algunos investigadores está exagerada ) se ha desarrollado también en los robots en un laboratorio suizo: se requiere una dosis mínima de solidaridad para evolucionar.El biólogo evolutivo Laurent Keller de la Universidad de Lausana explicó que la evolución de la capacidad de organismos originalmente egoístas para aprender a compartir recursos, tiempo y sacrificio por el bien de su especie en un cálculo genético de compensación de costos y beneficios que Hamilton enunció en 1964Hasta ahora, el papel que esa regla cumple dentro de la evolución ha sido imposible de demostrar empíricamente por la lentitud evolutiva de los sistemas naturales en relación con el tiempo que el hombre los está observando en laboratorio, pero en cambio las simulaciones aplicadas a los robots, se pueden "reproducir" en cuestión de minutos u horas y así estudiar la dinámica evolutiva.En comparación con los seres biológicos, el grupo robótico monitoreado por Keller se comportó de manera muy similar a los insectos en los que se inspiró Hamilton.
La experiencia consistió en programar los robots con sensores infrarrojos para buscar unos discos que representaban alimentos en un área determinada, pero dándoles la posibilidad de elección entre varios puntos de reparto para que esté incluída la posibilidad de sobrevivir acoplándose con otros robots. Al finalizar cada ronda, el gen informático de los autómatas exitosos se mezclaron y copiaron en una nueva generación, mientras que los menos exitosos desaparecieron de la reserva genética.
Al alterar los investigadores los costos y beneficios para compartir, se encontraron con que, una y otra vez, los robots evolucionaban su reparto dentro de los niveles previstos por las ecuaciones de Hamilton. "Un principio fundamental de la selección natural también se aplica a los organismos sintéticos", concluyeron los investigadores.
La experiencia consistió en programar los robots con sensores infrarrojos para buscar unos discos que representaban alimentos en un área determinada, pero dándoles la posibilidad de elección entre varios puntos de reparto para que esté incluída la posibilidad de sobrevivir acoplándose con otros robots. Al finalizar cada ronda, el gen informático de los autómatas exitosos se mezclaron y copiaron en una nueva generación, mientras que los menos exitosos desaparecieron de la reserva genética.
Al alterar los investigadores los costos y beneficios para compartir, se encontraron con que, una y otra vez, los robots evolucionaban su reparto dentro de los niveles previstos por las ecuaciones de Hamilton. "Un principio fundamental de la selección natural también se aplica a los organismos sintéticos", concluyeron los investigadores.
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