miércoles, 7 de noviembre de 2012

PARADOJA: LOS NIÑOS PUEDEN SER ALTRUÍSTAS POR EGOÍSMO

Un estudio publicado en la revista PloS One por Kristina L.Leimgruber y su equipo del Departamento de Psicología de la Universidad de Yale, sugiere que el planteamento de que los niños son por naturaleza buenos y generosos, y es la sociedad la que los vuelve egoístas, podría ser una imágen excesivamente idealizada de la infancia.
Según lps investigadores, la generosidad solo aparece cuando los pequeños saben que están siendo vigilados y ven que pueden beneficiarse personalmente con sus acciones altruìstas, mientras que si notan que su decisión de compartir se perderá en el anonimato, tienden a ser egoístas.
Esta investigación intenta comprender el altruísmo y su aparente contradicción con teorías biológicas e incluso económicas.
Ya a los  20 meses de edad, los humanos son capaces de sacrificarse para ayudar a otros y de comportarse de manera excesivamente generosa, con tendencias que aparecen en etapas muy tempranas del desarrollo.
Existen investigaciones que muestran a bebés de 8 meses que no tienen problemas en compartir juguetes, tanto con familiares como con desconocidos, y con  20 meses, es posible incluso que estén dispuestos a aceptar perjuicios individuales para ayudar a otros.
Finalmente, los pequeños entre 2 y 4 años comienzan a compartir recursos con otros de forma voluntaria, incluso cuando se podrían quedar con esos recursos para ellos solos.
Este comportamiento suele explicarse a travès del sentimiento de empatía hacia otros o por una tendencia natural hacia la justicia, pero como las pruebas siempre se han realizado con testigos adultos presentes, es difícil determinar hasta què punto las acciones no están más motivadas por mejorar la propia imágen frente a progenitores y adultos o frente a sus compañeros, que por el  deseo de mejorar el bienestar del otro.
En adultos, hay estudios que muestran que el deseo de promover la propia reputación multiplica las cantidades que se dan a obras benéficas,  comportamiento que también se ha observado en otras especies de primates, como los monos capuchinos, e incluso en algunas especies de peces, lo que indica que la generosidad tiene beneficios biológicos incentivados por los procesos evolutivos.
Las autoras del estudio realizaron sus estudios con niños de cinco años y se sorprendieron por su falta de generosidad cuando saben que no hay otros miràndolos.
Los participantes en el experimento tenían la opción de compartir más o menos pegatinas,  y se mostraron muy generosos cuando podían ver a la persona a la que se las entregaban o todo el mundo podía saber cuántas pegatinas habían dado, pero la situación cambiaba sorprendentemente si su decisión solo la conocía el niño, resultando en este último caso estadísticamente egoístas.
Esto sugiere que la generosidad humana está motivada por factores extrínsecos y fundamentalmente egoístas.
La generosidad, en principio percibida como poco pràctica, esconde una visión  innata de la incertidumbre de la vida desarrollada a través de milenios de evolución, y nos empuja a ser buenos con nuestros  congéneres porque nunca se sabe cuándo, dónde y en qué circunstancias nos podemos volver a encontrar con ellos, es decir, bajo una motivación egoísta.
Si bien el experimento no pretende hacer un juicio definitivo sobre la naturaleza humana, aporta nuevos e interesantes datos inherentes a nuestra naturaleza fundamentalmente social.

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