Una increíble comunidad microbiana unicelular encontrada en el fondo del océano que data de mediados del período Jurásico, sin comida durante 86 millones de años, y apenas oxígeno suficiente para mantener su metabolismo, continúa sin embargo viva, según se pudo comprobar en un reciente estudio, y su tenacidad plantea algunas preguntas interesantes en la búsqueda de vida extraterrestre.
Una enorme cantidad de microbios viven por debajo de los sedimentos oceánicos ( el 90 por ciento de los organismos unicelulares del planeta se encuentran allí ) y han sido objeto de estudio entre los biólogos desde hace años, cuando se trata de investigar la vida en ambientes extremos.
Hans Roy y sus colegas dinamarqueses y alemanes quisieron cavar más profundo para examinar los lugares más áridos, donde los suministros de alimentos son casi inexistentes, y donde el oxígeno llega a duras penas, y apuntaron a unas arcillas rojas enterradas profundamente en el Océano Pacífico, a lo largo del ecuador y en el sistema de Giro del Pacífico Norte.
Tomaron muestras perforando núcleos que datan de la época de los dinosaurios y encontraron organismos vivos en las partes más profundas de estos sedimentos que utilizan oxígeno para respirar pero muy lentamente.
Cuanto más profundos los sedimentos, y menor cantidad de alimento y oxígeno, más disminuye su utilización en los microbios.
De esta manera, requieren alrededor de mil años para duplicar su biomasa y otros mil para dividirse ( un microbio de la superficie, por ejemplo tarda entre 17 y 30 minutos ).
Con respecto a alimento, no habían tenido acceso a suministros desde hace entre 70 y 86 millones de años
Roy y sus colegas creen que estas comunidades microbianas que viven en el límite absoluto tienen un requerimiento de energía mínimo para conservar su ADN intacto y el funcionamiento de sus proteínas.
Esto es interesante por un par de razones: en primer lugar, estas formas de vida son sin duda extrañas, y sugieren que el conocimiento científico de los procariotas es incompleto en el mejor de los casos, y equivocado en el peor.
En segundo lugar, una vez más se demostró que persiste vivo aquello que parece físicamente imposible lo cual invita una vez más al científico a reflexionar sobre su generalmente falaz forma de investigación, así en la Tierra como en los cielos.
Una enorme cantidad de microbios viven por debajo de los sedimentos oceánicos ( el 90 por ciento de los organismos unicelulares del planeta se encuentran allí ) y han sido objeto de estudio entre los biólogos desde hace años, cuando se trata de investigar la vida en ambientes extremos.
Hans Roy y sus colegas dinamarqueses y alemanes quisieron cavar más profundo para examinar los lugares más áridos, donde los suministros de alimentos son casi inexistentes, y donde el oxígeno llega a duras penas, y apuntaron a unas arcillas rojas enterradas profundamente en el Océano Pacífico, a lo largo del ecuador y en el sistema de Giro del Pacífico Norte.
Tomaron muestras perforando núcleos que datan de la época de los dinosaurios y encontraron organismos vivos en las partes más profundas de estos sedimentos que utilizan oxígeno para respirar pero muy lentamente.
Cuanto más profundos los sedimentos, y menor cantidad de alimento y oxígeno, más disminuye su utilización en los microbios.
De esta manera, requieren alrededor de mil años para duplicar su biomasa y otros mil para dividirse ( un microbio de la superficie, por ejemplo tarda entre 17 y 30 minutos ).
Con respecto a alimento, no habían tenido acceso a suministros desde hace entre 70 y 86 millones de años
Roy y sus colegas creen que estas comunidades microbianas que viven en el límite absoluto tienen un requerimiento de energía mínimo para conservar su ADN intacto y el funcionamiento de sus proteínas.
Esto es interesante por un par de razones: en primer lugar, estas formas de vida son sin duda extrañas, y sugieren que el conocimiento científico de los procariotas es incompleto en el mejor de los casos, y equivocado en el peor.
En segundo lugar, una vez más se demostró que persiste vivo aquello que parece físicamente imposible lo cual invita una vez más al científico a reflexionar sobre su generalmente falaz forma de investigación, así en la Tierra como en los cielos.
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