lunes, 11 de julio de 2011

DONDE HUBO EXTREMOS IGNORANCIA QUEDA

Se dice que los extremos son malos, y efectivamente lo son, pero también son totalmente necesarios para demostrar lo primero.
Si llevamos esta cuestión al ámbito social podríamos decir que un periodo de oscuridad es tan dañino como uno de luz intensa, ya que ambos producen (aun siendo opuestos) el mismo resultado: ciegan a quienes están bajo su efecto.
Y es que los extremos (como se suele decir) no simplemente se tocan, sino que, en esencia son exactamente iguales.
Los resultados sociales de un exceso de control son análogos a los de un exceso de descontrol: en el primer caso nos referimos a un proceso represivo, y en el segundo NO pretendemos hacer referencia al término “libertad” (que suele tomarse como antónimo de represión) sino que hablamos de “libertinaje”.
Control y descontrol o represión y libertinaje son los dos extremos de una misma y tiránica madeja cuyo nudo social está supeditado al extremo que lidera cada momento.
Para un ejemplo más visual de esta cuestión pensemos en una balanza de aguja, la misma que usa un verdulero o carnicero.
Cuando el carnicero tira un pedazo de carne en la balanza, la aguja salta al extremo, rebota hacia el otro extremo y luego queda boyando de extremo a extremo hasta que al final se nivela en el peso correcto.
La fuerza del rebote de la aguja no tiene que ver con la forma en que el carnicero deposita la carne en la balanza, puede dejarla caer o apoyarla amablemente y la aguja se comportara de igual manera ya que su mecanismo opera independientemente de las formas, los carniceros o los pedazos de carne a pesar.
Ni la aguja, ni la balanza, ni el pedazo de carne saben que es lo que está pasando. Solo lo sabe el carnicero, porque tiene la experiencia de muchos pedazos de carne. O nó, pero experimentado o ajeno a la realidad, no puede hacer nada para evitar el efecto del mecanismo.
Por otro lado nadie puede parar el movimiento de la aguja, o sea ni Ud. ni nosotros podemos hacer nada sobre esta tendencia, excepto tranquilizarnos a sabiendas que tarde o temprano la aguja saldrá para el otro lado hasta que al final se detendrá en equilibrio.

Los procesos históricos muchas veces funcionan como la aguja de la balanza, pasamos de una era de control a otra de descontrol en tanto sufrimos o gozamos los avatares de los extremos.
Algunas sociedades logran acostumbrarse a la oscilación sin sentir mareo y lo llaman equilibrio, pero pocas sociedades logran realmente equilibrarse.
Y es que una sociedad es un ser vivo en constante cambio y movimiento, y no un inerte pedazo de carne sobre el plato de la balanza, por lo que su equilibrio no puede nunca resultar de la apática espera que trascurre para el pedazo de carne en tanto la aguja se nivela y el carnicero nos va haciendo la cuenta. Su condición de “cuerpo social” descarta de pleno esta posibilidad.
Existen sociedades que a fuerza de quedarse todos inmóviles sobre la balanza y conteniendo hasta la respiración, logran crear un equilibrio ficticio, un equilibrio forjado a fuerza de resistencias que solo logra convertir la balanza en una olla a presión con consecuencias tan dañinas y violentas como la de los extremos. Estas son sociedades destinadas a una implosión irreversible.
Las sociedades que alguna vez gozaron de un equilibrio real fueron aquellas que nunca se sintieron un pedazo de carne ni necesitaron que ninguna balanza se los corrobore.
Reconocer el rigor de la Ley de los extremos, comprender que no existe forma posible de suavizarlos, tomar conciencia del mecanismo de la balanza, o entender que ningún cuerpo vivo puede mantener su condición de movimiento a fuerza de rigidez y atrofia, debería ser el disparador inmediato de un cambio de paradigma: el equivalente a bajarnos de la balanza para poder ver la realidad fuera de su efecto, ya que una vez que la vorágine de extremos se ha desatado todo se interpreta (o más bien se mal interpreta) desde el extremo predominante.
La violencia de unos pocos no debería intentar contrarrestarse con la violencia de muchos, la igualdad de derechos no debería mal interpretarse (como sucede actualmente) en que todos tenemos derecho a la misma tarjeta de crédito, el mismo auto y la misma cantidad de cuotas, sino que debería leerse como el derecho igualitario a recibir, preservar e inculcar nuestros valores, siendo este tal vez nuestro derecho más humano, aquel que nos hace ser quienes somos ante el resto de las especies sobre este planeta.
La libertad de opinión nunca debería perderse el respeto a sí misma (respeto bien entendido), so pena de transformarse en libertinaje de opinión o en muda indiferencia.
Por respeto bien entendido, nos referimos no al mal nacido como hijo bobo del miedo, sino como valor que nos otorga nuestra cualidad de ser humanos.
Las sociedades que nunca pueden renunciar a la ley de los extremos y encuadran toda su genealogía dentro de la balanza, terminan convirtiéndose en un inerte pedazo de carne tirada sobre el plato de la misma, son aquellas que fundamentalmente se han perdido el respeto a sí mismas, han olvidado sus valores, no reconocen su cultura, y abandonan su esencia en oportunistas salvadores de ocasión, son sociedades agonizantes que se desangran poco a poco…, y mientras así sea, seguirán presas del efecto aguja de una balanza que no pueden ver pero intentan explicar , sumidas en un vértigo terminal, esclavas para siempre de foráneos carniceros.

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