Es imprescindible arrancar todo análisis directamente desde fuentes contrastadas e incuestionables.
Cuanto más convencionalismo y comodidad tengan los análisis y explicaciones históricas, más sospechosas, inexactas y tendenciosas resultarán: el rigor de la coherencia social es nuestro principal sospechoso.
Una cuestión fundamental en nuestra postura será que la misma no deberá jamás tener escuela ni mucho menos una organización central, puesto que ello indicaría automáticamente la muerte de nuestra mentalidad despierta, del mismo modo que la aparición de cualquier iglesia indica la muerte indudable de la fé.
La desconfianza metódica no encuentra más remedio que cuestionar desde la diversidad y la disparidad, tanto social como ideológica. Uniformar las mismas es en sí un acto de derrota.
Cuando a esta desconfianza se logra agregarle escrupulosidad en el estudio de otras fuentes que fueron convenientemente silenciadas o bastardeadas, las realidades alternativas suelen aparecer con asombrosa facilidad, contrariamente a lo que pueda esperarse a priori.
El hombre es un animal crédulo: su facilidad para mentir no alcanza ni lejanamente su pasmosa y extraordinaria actitud para creer.
El hombre cree basado nó en la lógica empírica, sinó en el contexto dentro del cual se le presenta la idea, razón por la cual un arma mucho más poderosa y barata que una bomba atómica, es la creación de un entorno incuestionable que logre ser aceptado masivamente. Una vez creado y validado el mismo, dentro de él ( y SÓLO dentro de él ) toda lógica encontrará validación.
Y una vez que el hombre ha encontrado esta falacia de la confirmación, es casi imposible que vuelva sobre sus pasos para hacer una revisión seria y concreta de lo que ya ha observado, pues lo cataloga como experiencia ( sin tener en cuenta que su visión sólo abarcó la fragilidad e irrelevancia de una única perspectiva del cuadro perdiendo la riqueza y la verdadera lección que podría haber significado ver su totalidad ).
La realidad empírica como tal, es así derrotada contundentemente, derrota a la cual el hombre suele adherir fervientemente, pues odia la distorsión de la incertidumbre que suele transformar todas las cosas en inexplicables e impredecibles.
Para asegurar la cuestión, el sistema establecido ( que conoce perfectamente esta patología humana ) exagera triunfalistamente toda confirmación de los planteos que convengan a su subsistencia, minimizando, ocultando y/o desprestigiando todo aquello que evidencie a gritos el error de los mismos.
La libertad, ya de por sí una cualidad de dudosa existencia en su acepción global, está indudablemente ausente al romperse el ritmo interior genuino de los individuos, mientras una posibilidad cierta de su presencia podría producirse si socialmente se lograran superar los dogmatismos, la guerra entre culturas, la violencia y los propios estratos sociales, todos ellos barrotes de la misma prisión.
Esta “marca de Caín” – según lo definiera el escritor Hermann Hesse – está condenada ( por lo analizado anteriormente ) al individualismo, pero sin embargo siempre encontraría preexistente su florecimiento dentro de una sociedad verdaderamente multidiversa, aunque ello implicara una forma de gobierno aún inimaginable: no cabe esta forma ni en la globalización mundial ni en el triunfo de ninguna ideología sobre otra sinó por el contrario, en el establecimiento de compartimientos que no defiendan a ultranza ningún modelo cultural o ideológico sinó que se comuniquen sin invasión y permitan el desarrollo autónomo de ideologías y culturas.
El fin del comunismo hace imposible la subsistencia del capitalismo: si no hay diablo, no puede haber dios. La pérdida de la fé en uno de ellos asesina cuánticamente al otro ( la totalidad de sus propiedades se expresan simultáneamente en ambos extremos ).Por eso asistmimos actualmente a un enlazamiento: internet, por ejemplo, es un comunismo capialista, y Gran Hermano, un capitalismo comunista.
Cualquier tipo de gobierno ideológico estimula automáticamente en el hombre la nostalgia de su opuesto.
Un equilibrio multipolar sería el estado político-social deseable; nó basado en el terror, como en la guerra fría, sinó en la madurez y la evolución que implicaría aceptar por convencimiento y respeto la igualdad de la diversidad.
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