Lo que hasta el momento aceptaba la ciencia oficial respecto a la actividad volcánica y tectónica de la Luna, se limitaba a un pasado distante, supuesto basado en su paisaje externo aparentemente invariable durante siglos.
Sin embargo, recientes imágenes del Orbitador de Reconocimiento Lunar (LRO) han puesto de manifiesto por enésima vez los errores científicos del pasado, al lograr detectar características más detalladas de nuestro satélite que antes habían sido ignoradas.
Varias regiones muestran pequeños barrancos conocidos como fosas tectónicas libres de cráteres u otras anomalías, lo cual indica que su formación es relativamente reciente.
Un nuevo artículo en la revista Nature Geoscience ( escrito por Thomas R. Watters, Mark S. Robinson, Maria E. Banks, Thanh Tran, y Brett Denevi W.) sugiere que estos quiebres poco profundos pueden haberse formado en los últimos 50 millones de años lo cual si bien no puede consierarse precisamente nueva, es posterior a la que se creía fue su última etapa de actividades tectónicas, finalizada hace aproximadamente 1.2 millones de años.
Los estiramientos de la roca debido a las presiones internas del satélite hace que los autores argumenten además que el interior de la Luna, todavía puede tener un componente fundido significativo, y que su enfriamiento y contracción produce nuevas características a pequeñas escalas.
Los científicos han dividido la luna en "mares" ( cuencas llenas de roca basáltica, supuestamente restos de antigüos flujos de lava ) y “ tierras altas” ( cráteres que presentan signos de actividad tectónica ).
Conforme a las técnicas utilizadas, los científicos consideran que los cráteres son impactos de meteoritos y que éstos fueron más frecuentes en el pasado, por lo cual consideran que cuanto más maltratada está una región, más antigua debe ser.
Del mismo modo, la ausencia de cráteres indica una formación relativamente reciente, ya que la Luna carece de atmósfera y por lo tanto del desgaste que borra los signos de los impactos en la Tierra.
A pesar de que el lado lejano de la Luna está más llena de cráteres, muchos de los nuevos descubrimientos de terrenos jóvenes se han encontrado en esa misma cara.
Su condición prístina es un fuerte indicador de su relativa juventud, así como también lo es su poca profundidad ( algunos con tan sólo un metro ) y en algunos casos se presentan atravesando cráteres o bordes de cráteres cercanos, demostrando que son más recientes que el impacto y en otros casos se ha comprobado que también son posteriores a los flujos de lava en las cuencas.
Descartados entonces los impactos externos, los jóvenes barrancos deben haber sido formados por procesos tectónicos, lo cual es a su vez consistente con la contracción de la luna que indicaría su gradual enfriamiento.
La medición de los sismos lunares de poca profundidad obtenidos por los instrumentos utilizados durante las misiones Apolo también es compatible con la actividad sísmica.
El interior de la Luna, sin duda era más cálido en el pasado que en la actualidad, de acuerdo con cualquier modelo razonable de su formación y evolución, pero es difícil saber exactamente cómo fue fundida, y por tanto, cómo se diferencia su interior de su exterior.
Los autores de este último estudio argumentan que las formaciones descubiertas recientemente son incompatibles con un interior totalmente fundido desde los primeros tiempos, ya que habría creado una mayor compresión en lugar de formar los valles que se extienden hoy en su superficie.
Sin embargo, la actividad volcánica también debería asociarse con este tipo de énfasis, y no hay ninguna evidencia de ella, o al menos no reconocido oficialmente.
Cualesquiera que sean las implicaciones para el modelos aún inimaginable del interior de la Luna, las quebradas relativamente prístinas sin duda indican que la Luna no es sísmicamente tranquila como parece.
Con más observaciones detalladas en próximas misiones, tal vez será posible precisar con mayor exactitud cómo su superficie sigue cambiando con el tiempo, desentrañar los enigmas que aún la envuelven por cientos, y aumentar nuestra comprensión de ésta, la última compañera de nuestro planeta.
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