miércoles, 1 de agosto de 2012

¿LOS JUEGOS OLÍMPICOS LONDRES 2012 SON UN FRACASO?

Como ya lo vaticinó sabiamente el diario inglés "The Economist" siete años atrás, ser sede de las Olimpíadas puede ser un "regalo envenenado".
El "impuesto olímpico" ya lo debieron sufrir en carne propia muchos de los anteriores organizadores: Canadá terminó invirtiendo ocho veces más de lo planeado asumiendo una deuda que tardó 30 años en pagar, Grecia quedó con una importante carga de deuda, China gastó el equivalente al 0,3 % de su PBI para organizar el evento y Londres, por supuesto, no será la excepción.
En realidad, en este caso resulta difícil comprender porqué Gran Bretaña se postuló como organizador, siendo que la sólo lectura histórica de antecedentes indicaba que no le reportaría ningún tipo de beneficio, ni  económico ni de imágen, y sólo acentuaría la recesión de una economía que ya lleva casi un año.
Sin menoscabo de la organización de los juegos en sí ni de la ceremonia de apertura, que tuvieron un nivel impecable e inobjetable, a nivel imágen, la constante presencia masiva de asientos vacíos habla muy mal de ésta ( además de frustrar a muchos ingleses que se quedaron sin poder comprar entradas ), y la manifiesta mentalidad paranoide que incluyó instalación de bases anti-misiles en las azoteas de los edificios particulares ( cuyos horrorizados habitantes protestaron pero fueron igualmente obligados ),
francotiradores en los sitios más inimaginables y un despliegue masivo de personal de seguridad, convirtió la ciudad en algo más parecido a un enorme campo de concentración que a una colorida sede olímpica, lo cual evidentemente afectó definitivamente su imágen: la mayoría de los turistas, ante la perspectiva de congestionamientos insufribles en controles inmigratorios, autopistas y entradas en los estadios, como así también la posibilidad de ser tratados como si fueran delincuentes hasta no demostrar lo contrario, dijeron "paso", y los propios ingleses
en gran número dijeron lo mismo, éstos además fuertemente inducidos por el propio gobierno a mantenerse fuera de la capital mediante una combinación de un sinnúmero de señales temporales de tráfico y la implantación de polémicos carriles reservados para los dignatarios olímpicos ( que luego trataron desesperadamente de anular cuando ya era demasiado tarde ), y advertencias sobre casi seguros colapsos en la red de transporte.
También se sumaron al combo las advertencias sobre un Armageddon, y los temores sobre lo ideal del contexto olímpico para atentados y baños de sangre masivos, lo cual de alguna manera se convalidó con la evidente militarización de la capital inglesa.
Todos estos calamitosos errores culminaron en un Londres convertido en una increíble ciudad fantasma tan sólo 72 horas después de iniciados los juegos, con el metro desconcertantemente silencioso y los shoppíngs desérticos ( centros comerciales, normalmente de enorme actividad, tales como Westfield en Shepherds Bush, acusaron una clara falta de compradores ).
A nivel económico la cosa no es muy diferente, y  el supuesto impulso económico  que con tanto bombo y platillo se anunció ( David Cameron había estimado un superávit de 16.000 millones de dólares ) parece ser sólo un espejismo, máxime cuando se piensa en el costo a largo plazo que tendrán que soportar los británicos en concepto de gastos de infraestructura, mucha de ella levantada además por empresas extranjeras ajenas a Gran Bretaña.
Los hoteles, que en un principio habían elevado sus precios con la esperanza de una gran demanda turística adicional, se encontraron con un nivel de reservas un 30% menores que el año pasado, cuando no había ningún acontecimiento especial en Londres, y obviamente los ingresos por ventas adicionales brillan por su ausencia.
Estudios realizados por el grupo de empleadores CBI demostraron que durante julio las ventas minoristas se desaceleraron, y el aumento de ingresos en concepto de bienes y servicios relacionados directamente con los juegos, como el empleo temporal de personal, la seguridad y los comerciantes cercanos a los estadios, que originalmente se había estimado en unos  2 mil millones de libras, quedaron muy por debajo de esas proyecciones.
La realidad económica indica, más allá de lo que muchos arrogantes pretendieron, que un evento único e irrepetible no puede ser nunca  trampolín de un despegue económico, sinó más bien un mono más pesado para cargar en las espaldas.

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