Si la sola idea de las uñas arañando una pizarra lo hace temblar, puede culpar a su amígdala.
Los científicos han descubierto que esta primitiva y almendrada región del cerebro está detrás de nuestra aversión a los sonidos agudos, sobre todo aquellos que están en el mismo rango de frecuencia que los gritos y llantos de los bebés, como una manera primitiva a través de la cual la naturaleza se asegura que sus reclamos serán atendidos rápidamente.
Durante el estudio, escanearon los cerebros de 13 voluntarios mientras escuchaban una serie de sonidos y descubrieron que cuanto más desagradable era sonido, más se iluminaba la amígdala, una de las primeras estructuras cerebrales en desarrollarse, activando a continuación la corteza auditiva que procesaba el sonido y se los hacía percibir con mayor intensidad aumentando su efecto negativo.
Sobre 74 sonidos, el de un cuchillo en una botella de vidrio fue clasificado como el más desagradable, seguido por un tenedor en un vaso, una tiza en una pizarra quedó en tercer lugar, una regla en una botella en el cuarto, y las uñas en una pizarra en el quinto puesto, según se publica en Journal of Neuroscience.
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