Un grupo de genetistas estadounidenses planea analizar el ADN de Adam Lanza, autor de la masacre de Connecticut, con el fin de descubrir si existen mutaciones genéticas que expliquen la conducta agresiva del joven.
En un falaz intento similar al de quienes estudian el cerebro de Einstein para entender su genialidad, los genetistas tratarán de hallar en el ADN de Lanza mutaciones o anomalías que pudieran estar relacionadas con enfermedades mentales o que expliquen la predisposición genética a conductas violentas.
En un falaz intento similar al de quienes estudian el cerebro de Einstein para entender su genialidad, los genetistas tratarán de hallar en el ADN de Lanza mutaciones o anomalías que pudieran estar relacionadas con enfermedades mentales o que expliquen la predisposición genética a conductas violentas.
No analizarán únicamente una muestra de ADN, sino que pretenden estudiar el genoma completo de Lanza, es decir, todos sus genes.
Este será el primer estudio detallado del ADN de un asesino en masa.
La infructuosa búsqueda de métodos que logren predecir si una persona es potencialmente peligrosa no es nueva: hace más de un siglo, la eugenesia como filosofía proponía la búsqueda de la mejora de la especie por medio de la aplicación de leyes biológicas, sosteniendo que el mal comportamiento se heredaba, lo que llevó a la esterilización de numerosas personas, entre ellas criminales y enfermos mentales.
Por su parte, la pseudociencia de la frenología, popular en el siglo XIX, afirmaba que se podía conocer el carácter de una persona, así como sus tendencias criminales, basándose en la forma del cráneo y de la cabeza y en sus facciones.
Muchos expertos en genética apoyan este tipo de iniciativas, en la creencia de que debe existir una base genética que explique el comportamiento de hombres armados, incluyendo el de los dos estudiantes que irrumpieron en la escuela de secundaria de Columbine, en Colorado, acabando con la vida de 13 personas o los asesinatos en masa perpetrados por Anders Breivik en Noruega.
Muchos otros investigadores ( quienes seguramente son más conscientes del típico error humano de confundir la distribución del máximo de una variable con la de la propia variable ), en cambio temen que la investigación dé lugar a la estigmatización y clasificación arbitraria de personas que nunca han cometido un delito, debido únicamente al resultado de una prueba genética.
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