jueves, 14 de junio de 2012

LA LEYENDA DE LA CIUDAD DE LOS CÉSARES: UNA UTOPÍA CUBIERTA DE ORO

La leyenda de la Ciudad de los Césares o Encantada de la Patagonia, también llamada Elelin, Lin Lin, Trapalanda, Trapananda o Ciudad Errante, fue el último gran mito de la conquista americana, y tuvo una vida muy larga que sobrevivió a la conquista misma. 
El mito comenzó en 1529 y duro hasta principios del pasado siglo 20. 
La Ciudad Encantada de los Césares cobró vida  a partir de una aventura protagonizada por Sebastián Caboto, quien luego de fundar en América del Sur un fuerte al cual llamó Sancti Spiritus en la confluencia de los ríos Carcaraña y Paraná ( que sería el  primer asentamiento que luego se convertiría en la República Argentina ) organizó una expedición río arriba, en 1528, para explorar el interior del territorio, compuesta por 14 hombres liderados por el capitán Francisco César, quien dividió su columna en tres partes: una la dirigió hacia el sur, a tierra de los indios querandíes, otra se internó en tierra de los indios carcarañás ( de estas dos no se volvió a tener noticias ) y por ultimo la tercera, constituída por 7 hombres al mando del propio César, siguió el curso del río Carcarañá, hacia el Noroeste. 
Durante tres meses, recorrieron alrededor de 1.700 kilómetros y retornaron al fuerte contando maravillas.
Luego, en declaraciones que realizaron en Sevilla, España,  tanto el capitán como sus soldados declararon haber visto enormes riquezas de oro, plata y piedras preciosas en una zona poblada por llamas.
Los historiadores no se han podido poner de acuerdo sobre qué regiones exploraron específicamente estos audaces conquistadores: algunos los suponen cerca del lago Nahuel Huapi, en la zona de Bariloche, Argentina mientras otros los sitúan en Córdoba ( también Argentina ) Perú, o en el norte de Chile, y se especula sobre si su increíble historia fue realmente protagonizada por ellos o simplemente habrían reproducido leyendas indígenas.
La cuestión es que denunciaron la existencia de una ciudad encantada y maravillosa, de piedra labrada, con techos, paredes, utensillos, templos y pavimento de oro macizo y altos y rubios habitantes de largas barbas que hablan un idioma incomprensible y nunca se enfermaban, que pasó a llamarse primero "La del César", en alusión tal vez irónica a Francisco César y sus hombres, luego los supuestos habitantes de la ciudad pasaron a ser llamado "césares" y finalmente se arribó a su nombre definitivo, La Ciudad de los Césares, de la cual jamás pudo establecerse su ubicación geográfica,  lo cual originó un gigantesco radio desde las pampas y la cordillera de Los Andes hasta la Patagonia austral.
La leyenda fue luego reforzada por diversos náufragos: los de las fallidas expediciones de Simón de Alcazaba en 1534 intentando poblar la Patagonia, los del Obispo de Plasencia que intentó cruzar el Estrecho de Magallanes, cuyos sobrevivientes lograron asentarse en tierra firme y reaparecieron 20 años después en Concepción, Capitanía de Chile, contando que habían fundado una ciudad en la que se depositaban todas las riquezas de los incas, y los habitantes de las ciudades fundadas por Sarmiento de Gamboa en 1584, cuyos sobrevivientes fueron hallados tres años después por el pirata inglés Tomas Cavendish, quien, fuertemente impresionado por el paupérrimo aspecto de aquellos desafortunados hombres abandonados a su suerte por la corona española, bautizó el lugar como Puerto Hambre.
Sin embargo, en la imaginación popular, todos estos hombres encontraron o incluso fundaron la Ciudad de los Césares y vivieron felices allí, como también lo hicieron los mitimaes incas que huyeron con enormes tesoros de Cuzco luego de que Pizarro apresara a Atahualpa y ellos intentaran fallidamente rescatar a su medio hermano Pablo Inga , o los habitantes de la ciudades chilenas de Valdivia, Villarica y Osorno que debieron escapar de la persecusión de los mapuches y los huilliches, y de los cuales no se volvió a saber nunca nada, aunque originaron la creencia de que habían hallado La Ciudad de Los Césares en las cercanías del Lago Puyehué, cerca de un estero llamado Llanquecó, en la Región de Los Lagos, en Chile.
La leyenda fue creciendo, incorporando elementos fantásticos de la tradición europea, e incitando a muchos expedicionarios a partir en su búsqueda, registrándose como las más serias las de Diego Rojas ( 1543 ) y Francisco Villagra ( 1551 ) desde Perú, Hernando Arias de Saavedra ( Hernandarias ), que partió de Buenos Aires en 1604,  la de Gerónimo Luis de Cabrera que la buscó desde Córdoba en 1622, las del  padre Mascardi  (En 1670, 1672 y 1673 ) y el padre Menéndez ( entre 1783 y 1794 ) que lo intentaron desde Chile, buscándola unos en la patagonia, otros cruzando la cordillera de los Andes, todos sin éxito, no obstante lo cual el vulgo de los últimos tiempos del período colonial continuó creyendo firmemente en el mito y los indios siguieron contando sus leyendas de ciudades encantadas en el fondo de los lagos y en lo alto de las montañas.
En 1764 el ingles James Burgh publicó una ficción en la cual la describió como una utopía, mientras el escritor chileno Manuel Rojas imaginó una expedición que encuentra el énclave en su "La Ciudad de los Césares"( 1936 ), y lo propio hacen los personajes del también chileno Hugo Silva que encuentran una ciudad perdida llamada Pacha Pulai ( 1945 ) donde el oro abunda de tal manera que no posee ningún valor.
Como suele ocurrir con leyendas arquetípicas similares ( Agartha, Shambala, Erks ) se le atribuyeron  propiedades curativas maravillosas e incluso la inmortalidad para quien lograra encontrarla, la posesión del libro que contiene la verdadera historia del mundo y que podría liberar al hombre de su ignorancia, se la ha visualizado rodeada por dos cerros, uno de diamante y el otro de oro, y se la ha descripto custodiada por  aborígenes que defienden el camino secreto que conduce hasta ella con su propia vida. 
Algunas versiones dicen que se trata no de una sinó de tres ciudades ( Hoyo, Muelle y Los Sauces), que es invisible para quienes no habitan en ella, salvo algún atardecer o un viernes santo, que es errante, o que se la puede atravesar sin siquiera darse cuenta. 
Otra situación típica enlazada con leyendas similares ( las Siete Ciudades de Cibola, El Dorado ), es la existencia de una ciudad de ensueño en un escenario gélido, desértico, hostil, inhóspito, oculto, aislado, subterráneo o casi impenetrable, precaución que, por otra parte, sería fundamental para tomar si se quisiera mantener alejado un énclave semajante de la codicia humana.

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