martes, 20 de marzo de 2012

COMER CARNE ES CASI COMO TOMAR ARSÉNICO

La Escuela Médica de Harvard, después de estudiar los hábitos alimenticios de 120.000 personas, había concluído que consumir grandes porciones de carne roja aumenta dramáticamente las posibilidades de  cáncer o enfermedades al corazón.
Pero hace pocos días, se publicó un informe médico bastante más macabro de la Escuela Médica de Harvard que, luego de encuestar a miles de personas durante 28 años sobre su dieta y estilo de vida,  afirmó que comer mucha carne roja no es muy diferente que beber arsénico.
Carnes rojas, y peor aún, carnes procesadas como salchichas y hamburguesas, aumentan dramáticamente sus posibilidades de contraer cáncer o enfermedades del corazón en un 20%.
Un consumo diario de 70 gramos de carne causa una de cada 10 muertes prematuras en hombres y una de cada 13 en mujeres, debido a su alto contenido en grasas saturadas, sodio, nitritos y otros cancerígenos.
Otro tema delicado con la carne es el de la temperatura: el canadiense Meat Packers Council recomienda que la temperatura interna de la carne no supere los 39 grados Celsius o 4 grados Fahrenheit, confirmado por otros reguladores internacionales como la mejor temperatura de almacenamiento.
Un pequeño aumento de uno o dos grados puede causar un gran aumento del crecimiento bacteriano, reduciendo la vida útil de la carne a la mitad.
Sin embargo, lo concreto es que en los negocios minoristas de comestibles, es muy difícil poder mantener la carne a estas temperaturas siendo bastante más alta de lo que muestra el termómetro de la vitrina, debido a la radiación UV de la propia iluminación que penetra en el envasado de la carne y calienta la superficie al igual que el sol puede causar una quemadura en un frío día de invierno.
Varios estudios han encontrado que la temperatura interna de la carne en las vitrinas es  en promedio unos 10 grados superior a la temperatura recomendada.
Esto lleva a su más veloz descomposición, que como en un efecto dominó, provoca que la industria realice su envasado en atmósferas modificadas con monóxido de carbono para prolongar su resistencia al deterioro y su vida útil, así como también mejorar su apariencia ya que en un sistema con niveles bajos de oxígeno el monóxido de carbono reacciona con la mioglobina dándole a la carne un color rojo brillante.
Se sabe que más del 70 % de la carne de supermercados en el primer mundo ( y un porcentaje desconocido aunque probablemente igual o peor en el resto del planeta ) es tratada con monóxido de carbono, un gas incoloro, inodoro e insípido que es muy tóxico para el cuerpo humano, porque se adhiere a la hemoglobina, una molécula en la sangre que se encarga del transporte del oxígeno, y pasa a ocupar, precisamente, el lugar del oxígeno en el torrente sanguíneo causando estragos.

Con exposiciones muy bajas, provoca dolores de cabeza y cansancio, pero en concentraciones más altas puede significar consecuencias neurológicas a largo plazo, inconsciencia y hasta la muerte.
Sin embargo, la industria de la carne insiste en que no es perjudicial para la salud cuando se ingiere a través de envases atmosféricos, aseveración que no es correcta en el caso de la bacteria C.Perfringens, la tercera causa más común de enfermedades transmitidas por alimentos, que se encuentra presente en la carne fresca comestible en aproximadamente la mitad de las muestras analizadas por las agencias de seguridad y salud, y el 100% de estos casos provienen de empaquetadores con métodos atmosféricos de embalaje.
LONGEVIDAD
Hasta ahora, la longevidad ha ido aumentando en nuestra especie durante los últimos dos siglos, desde la Revolución Industrial: en 1900, la esperanza media de vida mundial  al nacer era de 30 años, llegando a 50 en los países desarrollados.
Hoy, es de 67 años para los hombres y 78 para las mujeres, y cada vez se vá haciendo mayor: el 11 por ciento de los 7.000 millones de habitantes del planeta tiene más de 60 años y este porcentaje trepará al 22 por ciento en 2050, cuando las Naciones Unidas esperan que la edad media en todos los países haya pasado de 29 a 38.
En 1970 un Premio Nobel había afirmado que la expectativa promedio de la vida humana no podía superar los 85 años, y sin embargo hoy algunos científicos afirman que un promedio de 100 puede ser posible para finales de este siglo.
Ante esta persepctiva, cabe también preguntarse cuánto han evolucionado en esos mismos períodos las posibilidades de disfrutar de una vida más plena, saludable y menos contaminada.

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